Iluminarse No Es Tan Fácil: La historia de un intento constante por no perder la paciencia
Las notas del colegio
Mi papá era locutor.
Tenía esa voz grave, redonda, de las que llenan una habitación sin pedir permiso. especialmente cuando decía “Roberto Francisco donde anda la nota del colegio”? El tipo de voz que te hace creer que lo que dice es verdad absoluta. Incluso mi mamá le creía. Pero ese no es el tema.
Recuerdo su voz cuando, mientras encendía un cigarrillo presumiendo de mi mejor pose de Danny Zuko en Grease, escuché en el oído: "Así te quería encontrar."
Game over.
Su voz tenía ese poder: te devolvía a la realidad en dos segundos. Sin apelación. Sin jurado. Solo culpa instantánea.
De él aprendí sin proponérmelo el poder del sonido, el ritmo de las palabras, esa capacidad de hablar y lograr que el otro te escuche — incluso cuando preferiría estar literalmente en cualquier otro lugar. Y aunque en aquel entonces no lo sabía, esa conexión con la voz sería el hilo que, muchos años después, me traería hasta aquí: grabando un podcast de mindfulness donde intento sonar calmado mientras por dentro, sin estarlo del todo
Mi papá probablemente estaría orgulloso. O confundido. Probablemente ambas.
Mi Mamá, los mantras y el misterio existencial de existir
De mi mamá heredé otra cosa: el gusto por las preguntas incómodas.
Las del tipo "¿qué hacemos aquí?", "¿por qué sufrimos?", "¿existe algo más allá de todo esto?", o la más cotidiana pero igualmente profunda: "¿por qué dejaste la toalla mojada en la cama... otra vez?"
Ella me enseñó el valor de la meditación, la curiosidad espiritual y la búsqueda de filosofías que no solo explicaran el mundo, sino que ayudaran a transitarlo sin tanto drama innecesario.
Gracias a ella, aprendí que meditar no es huir del ruido. Es aprender a escucharlo sin volverse loco. O al menos, sin volverse tan loco.
También aprendí que las grandes verdades a veces vienen envueltas en preguntas simples. Y que a veces, la respuesta más profunda es simplemente: "Porque sí, ya recojo la toalla." y “apago el aire”
Del budismo al sindrome del impostor
En mi obsesión por entender por qué pensamos tanto — y por qué pensamos cosas tan inútiles como "¿habré cerrado la puerta con llave?" mientras ya vamos en la autopista —, me sumergí en libros, maestros, sutras y todo lo que oliera a sabiduría oriental.
Hasta que llegó una oportunidad inesperada: la certificación Creativity and Personal Mastery (CPM), creada por el Dr. Srikumar Rao. Un programa diseñado para líderes globales en busca de propósito, claridad mental y probablemente mejores márgenes de ganancia.
Imagina el escenario: veinte de los top cien CEOs más importantes de Estados Unidos, gente que toma decisiones que afectan a miles de personas antes del desayuno... y yo.
Recién llegado directamente desde el Caribe, asintiendo con convicción cuando alguien hablaba de "sinergias disruptivas", "paradigmas transformacionales" y de cuántos cientos de miles habían ganado o perdido en sus opciones de stock... y solo eran las 11:37 AM.
Hubo momentos en que sinceramente pensé que me había metido al salón equivocado.
Como cuando alguien mencionó su "exit strategy" y yo pensé en que suerte debe sentirse el tener una.
Cuando alguien hablaba de "work-life balance" como si fuera un descubrimiento revolucionario, yo pensaba en mi abuela o en los españoles que llevan décadas dominando ese arte sin necesidad de consultores de $500 la hora.
Pero ahí estaba yo, tomando notas como si entendiera perfecto de qué hablaban, asintiendo sabiamente cuando alguien decía "Let's circle back on that" (que eventualmente aprendí que solo significa "hablemos después", pero suena más importante)
El momento cumbre llegó cuando, con orgullo, mostré mi foto con el Dr. Rao — un instante que consideré el pináculo de mi desarrollo personal, prueba tangible de que había llegado —, y alguien me preguntó con genuina curiosidad: "¿Por qué te tomaste una foto con el taxista?"
En ese momento entendí tres cosas:
El camino hacia la iluminación empieza con una buena dosis de humildad.
Y con un sentido del humor a prueba de balas.
Y tal vez con explicar mejor quién es el Dr. Rao antes de mostrar fotos.
Al cojín (y de vuelta al principio)
Después de aquella experiencia con los CEOs — y de superar el trauma del comentario del taxista —, decidí formalizar algo que ya llevaba años practicando.
Porque la verdad es que yo ya meditaba. Desde que vivía con mi mama, la meditación había estado presente en mi vida. En algunas ocasiones con más protagonismo que otras. Como ese amigo que aparece cuando necesitas ayuda para mudarte, y desaparece cuando todo está bien.
Ya me había sacado de hoyos profundos. Me había ayudado a tomar mejores decisiones. Me había recordado, en momentos de caos absoluto, que había algo más allá del ruido. Algo que no dependía del WiFi ni de que las cosas salieran bien.
Pero nunca lo había tomado en serio como práctica constante. Era más bien mi plan B existencial. Mi botiquín de emergencias espiritual.
Hasta que un día me pregunté: ¿y si otras personas pudieran descubrir esto? ¿Y si pudieran aprender a sentarse en su propia casa interna, ese lugar donde siempre hay espacio, donde siempre hay calma, incluso cuando afuera todo es caos?
Así que decidí profundizar.
Me inscribí en Dharma Moon, una escuela de meditación y budismo fundada por Ethan Nichtern en Nueva York. Pasé dos años estudiando budismo con maestros que parecían tener el secreto de la calma eterna.
Spoiler: no lo tienen.
Resulta que ellos también se frustran cuando el WiFi no funciona. También pierden la paciencia. También se olvidan de respirar conscientemente cuando alguien se les atraviesa en via contraria en una intersección.
La diferencia es que ellos regresan a la respiración más rápido. Y con menos drama.
Después de esos dos años, me certifiqué como profesor de meditación y mindfulness en la misma escuela. No porque necesitara que alguien me enseñara a meditar — ya sabía hacerlo — sino porque quería aprender a enseñar a otros. Quería que otros descubrieran lo fantástico de sentarse en su propia casa donde habita el yo interno.
Y durante esos años de formación confirmé algo que ya sabia por que lo había probado en todas esas ocasiones donde la meditación me había salvado:
La meditación funciona.
No porque lo diga un monje iluminado en una montaña del Tíbet. Porque lo demuestra la ciencia. Con estudios, resonancias magnéticas y todo. Cambia el cerebro, fortalece el sistema inmunológico, mejora el ánimo, reduce la ansiedad.
Y en mi caso particular, ha logrado que me tarde un poco más en perder la paciencia.
Todavía la pierdo, ojo. Especialmente en el tráfico. Especialmente cuando un carro público ocupa todo el carril . Especialmente cuando la computadora se actualiza justo cuando tengo una presentación importante.
Pero ahora me tardo unos cinco segundos más antes de explotar.
Y cuando exploto, al menos puedo verlo con claridad después. Puedo pedir disculpas. Puedo estar consciente de que la próxima vez probablemente vuelva a pasar... pero quizás con seis segundos de espera en lugar de cinco.
Es progreso. Ridículamente pequeño, pero progreso al fin.
¿Y ahora qué harás con este conocimiento?"
Esa fue la última pregunta de mi entrevista final en Dharma Moon.
Y desde esa parte del cerebro donde viven la intuición, la valentía, el optimismo ingenuo y las malas decisiones financieras, respondí sin pensarlo demasiado:
"Voy a hacer un podcast de meditación en español."
Silencio.
Luego: "Interesante. ¿Y cómo piensas hacerlo?"
"No tengo idea. Pero lo voy a hacer."
Porque si el mundo entero meditara — pensé con el optimismo de alguien que acaba de terminar dos años de formación espiritual —, seguramente sería un lugar mejor. Menos gritos en el tráfico, más respiraciones conscientes. Menos guerras, más compasión.
El problema empezó cuando llegué a casa y escuché mi primera grabación de prueba.
"¿Quién es ese que habla? ¿Por qué suena como si hubiera dormido tres días en posición de loto y acabara de despertar confundido y con dolor de espalda?"
El segundo problema llegó inmediatamente después:
"¿Cómo se graba esto? ¿Cómo se edita un podcast? ¿Como se utiliza este programa,? ¿Y por qué todos los tutoriales de YouTube asumen que ya que tipo de micrófono tengo '?"
Y el tercer problema, el más filosófico:
"¿Cómo voy a enseñar paciencia si estoy perdiendo la paciencia tratando de grabar un podcast sobre paciencia?"
La ironía, una vez más, era deliciosa.
La voz, la guía y el caos creativo
Ahí apareció Megui Cabrera: locutora profesional, yogui, maestra de la voz y — lo más importante — persona con paciencia infinita para lidiar con mis inseguridades sonoras y mi incapacidad técnica.
Le conté mi idea: un podcast en tres actos. Una historia cotidiana que todos vivimos (el elevador, el tráfico, las reuniones eternas). Una meditación para procesar esa experiencia. Y una lección budista al final que no suene a sermón aburrido de domingo.
No solo le encantó. Se volvió cómplice, fan, mentora y ocasionalmente terapeuta.
La persona que escuchaba mis grabaciones y decía cosas como:
"Está bien, pero... ¿por qué suenas como si estuvieras dando malas noticias?"
"Respira antes de hablar, no después."
"No, eso no fue una pausa dramática,necesito que muevas los brazos, las manos."
Junto a Aura, mi esposa y eterna cómplice de todo lo que emprendo — incluyendo las ideas que en retrospectiva no tenían mucho sentido, como aquella vez que quise tocar la batería acústica viviendo en nuestro primer apartamento —, fueron las dos voces que repitieron la frase que terminó por empujarme al aire:
"Imperfecto es mejor que nada."
Que es básicamente la versión moderna de "hecho es mejor que perfecto", pero con más compasión y menos presión.
Y así, entre micrófonos que no entendía, programas de edición que claramente me odiaban, grabaciones fallidas que sonaban como si estuviera hablando desde un túnel, silencios incómodos donde se escuchaba mi estómago haciendo ruidos extraños y filosóficos...
Gatos que maullaban justo — pero JUSTO — en el momento más profundo de la meditación.
Perros del vecino que decidían ladrar precisamente cuando decía "encuentra tu paz interior".
Algún vecino tocando bocina sin parar esperando a su esposa que llegaba tarde, como si la bocina fuera a hacer que se apurara más.
Ambulancias que pasaban exactamente cuando estaba grabando "el silencio es tu aliado".
Y cada detalle que quería, que imaginaba perfecto, que no estaba en la grabación cruda y tenía que rehacer... y rehacer... y rehacer...
Todo con la certeza absoluta de que probablemente nadie lo escucharía.
Nació Iluminarse No Es Tan Fácil.
Un podcast sobre encontrar la calma... creado en el caos absoluto más ridículo y cotidiano.
La ironía nunca, nunca deja de ser deliciosa.
Mindfulness para los que todavía pierden la paciencia (constantemente)
Este podcast nació para gente real.
No para monjes tibetanos que viven en montañas y tienen todo resuelto. No para influencers espirituales que nunca sudan y siempre amanecen iluminados.
Para gente como tú. Como yo.
Para los que pasamos de flotar en una nube de serenidad a tocar bocina agresivamente porque el carro de adelante no arranca cuando la luz lleva verde cinco segundos completos.
Para quienes intentamos meditar cinco minutos... pero terminamos pensando en la lista del supermercado, en lo que debo decir en la reunion, en el dulce que no debi comer , o en el que se me antoja comer , en ese email que no respondimos, en si cerramos la puerta con llave, en por qué esa persona no me respondió el mensaje, y en qué hay cosas mas importantes que meditar.
Para todos los que alguna vez hemos dicho con absoluta convicción: "Hoy voy a estar zen" y perdimos la calma antes del mediodía. A veces antes del desayuno.
Porque la iluminación suena maravillosa en teoría. En los libros. En las frases motivacionales de Instagram con fotos de montañas que nunca vamos a escalar.
Pero la vida real tiene WiFi lento, elevadores incómodos llenos de desconocidos, reuniones que pudieron ser emails, correos que pudieron no existir, y días en los que simplemente nada, absolutamente nada, fluye.
Iluminarse No Es Tan Fácil es mindfulness con humor. Y con honestidad brutal.
Un espacio para respirar, reír, reconocernos en nuestras torpezas, y recordar que todos estamos aprendiendo. Algunos más lento. Otros en horario pico del lunes por la mañana sin café.
El propósito detrás de todo (el discurso serio)
Creo profundamente en el poder de la meditación.
No como fe ciega. No como religión. Sino porque hay evidencia científica abrumadora, estudios serios, investigaciones con resonancias magnéticas, de lo que puede hacer:
Reduce el estrés (comprobado)
Fortalece la concentración (comprobado)
Mejora las relaciones humanas (comprobado)
Fortalece el sistema inmunológico (comprobado)
Cambia físicamente la estructura del cerebro (comprobado)
Y — aunque aún no haya estudios oficiales al respecto — probablemente también reduce las discusiones innecesarias por WhatsApp (pendiente de comprobar, pero seguro)
Pero más allá de los datos, las investigaciones, los papers académicos y todo eso...
Iluminarse No Es Tan Fácil es un recordatorio de que no necesitamos ser monjes tibetanos para estar presentes.
No necesitamos irnos a vivir a una cueva. Ni renunciar a Netflix. Ni dejar de tomar café. Ni usar ropa color naranja. Ni hablar en susurros todo el tiempo.
Podemos practicar mindfulness mientras esperamos el elevador. Mientras cocinamos. Mientras estamos atascados en el tráfico maldiciendo al universo. Mientras perdemos la paciencia... o mientras intentamos recuperarla.
No se trata de alcanzar un estado permanente de paz zen donde nunca más te molesta nada.
Se trata de tener herramientas. De tener un lugar interno al que regresar. De poder respirar conscientemente cuando todo se pone difícil.
O al menos, de poder explotar con más consciencia. Que también cuenta.
Conclusión: nadie está completamente iluminado (y eso está perfectamente bien)
Al final, este proyecto no busca enseñarte a "ser zen" las 24 horas del día.
Eso es imposible. Y aburrido. Y probablemente una mentira.
Busca acompañarnos — tú y yo, juntos, en este desastre hermoso que es estar vivo — en el proceso de entender que la calma no es un destino al que llegas, plantas bandera y te quedas para siempre.
La calma es una práctica. Diaria. Imperfecta. A veces frustrante. A veces graciosa. A veces las dos cosas al mismo tiempo.
Así que si alguna vez te has quedado dormido meditando (yo también), si el silencio te incomoda más de lo que te relaja (es normal), si todavía crees que el mindfulness "no es para ti" (lo es, solo que de otra forma), o si has intentado meditar y lo único que conseguiste fue darte cuenta de cuánto ruido hay en tu cabeza (bienvenido al club)...
Estás exactamente donde tienes que estar.
No hay lugar equivocado en este camino. Solo hay distintas velocidades.
Porque, honestamente...
Iluminarse no es tan fácil.
Pero intentarlo ya es suficiente.
Y si esto logra llevar paz a una persona — aunque sea por cinco minutos mientras escucha en el tráfico, o en el elevador, o antes de una reunión difícil — habré cumplido.
Dedicatoria
Este podcast existe por dos mujeres extraordinarias.
A mi mamá, que me enseñó a hacer las preguntas difíciles. Que me mostró que meditar no es escapar de la vida, sino aprender a vivirla con más consciencia. Que me dio el regalo de la curiosidad espiritual y la búsqueda honesta.
Esto es, en gran parte, una extensión de todo lo que ella sembró en mí desde niño. Cada vez que alguien encuentra un momento de paz escuchando este podcast, es tu voz la que también resuena ahí. Donde quiera que este , se que me esta viendo con orgullo.
Y a Aura, mi esposa, mi cómplice, mi correctora de realidad.
La persona que escuchó esta idea descabellada y en lugar de decir "¿estás loco?", dijo "¿cuándo empezamos?" La que ha aguantado mis crisis existenciales, mis inseguridades sonoras, mis grabaciones a medianoche, y mi tendencia a perder la paciencia mientras grabo un podcast sobre no perder la paciencia.
Que me dijo, cuando lo necesite: "Imperfecto es mejor que nada."
Y que me recuerda, cuando lo olvido: " Me gusta , lo estás haciendo bien."
Nada de esto existiría sin ustedes dos.
Gracias.
La Segunda Flecha: Por Qué el Elevador de Oficina Te Estresa Más de lo Que Crees
It all begins with an idea.
¿Alguna vez te has preguntado por qué algo tan simple como subir en un elevador puede dejarte tenso el resto del día?
No es solo el elevador.
Es cada vez que te sientes pequeño. Cada vez que contienes la respiración. Cada vez que finges ser invisible para sobrevivir un momento incómodo.
La Caja Que Todos Conocemos
Ese silencio denso cuando entran cuatro personas más. Los ojos bajando al piso. Los hombros que suben. La mandíbula que se aprieta.
Son solo dos minutos en una caja de metal. Pero se sienten como veinte.
Porque el elevador no es solo un elevador. Es una metáfora de todos esos momentos donde la vida te comprime, te hace pequeño, y te obliga a compartir un espacio incómodo con la incertidumbre, con el silencio, con desconocidos.
Es el examen médico donde esperas resultados. La reunión donde no sabes si dirán tu nombre. El momento antes de una conversación difícil. Todos esos espacios pequeños donde te sientes solo, aunque estés rodeado de gente.
El Espacio Que Se Contrae
Y en esos momentos, tu cuerpo hace exactamente lo mismo que en el elevador: se contrae. Tus hombros suben, tu respiración se hace corta, tu estómago se cierra. Te haces pequeño para caber en un espacio que se siente cada vez más estrecho.
Pero aquí está la paradoja: mientras más pequeño te haces por fuera, más se reduce tu espacio interior. Ese lugar dentro de ti donde deberías poder respirar.
La Primera Flecha
Hay un concepto budista que lo explica todo. Se llama "la segunda flecha".
La primera flecha es el momento incómodo: el elevador lleno, la espera angustiante, la situación que no puedes controlar. Duele. Es inevitable.
Pero luego viene la segunda flecha. Y esa te la lanzas tú mismo.
Es cuando piensas: "¿Por qué soy tan raro? ¿Por qué no puedo manejar esto? Todos se ven cómodos menos yo."
Esa segunda flecha... esa duele más.
Porque la primera es la vida siendo vida. La segunda es tú atacándote por sentir lo que sientes.
El Espacio Que Se Expande
Pero aquí está lo que cambia todo:
Mientras el elevador no puede expandirse, tu espacio interior sí puede.
A través de la respiración. A través de reconocer la tensión sin juzgarla. A través de no tirarte esa segunda flecha.
Cuando respiras conscientemente en ese elevador metafórico de tu vida, algo extraordinario sucede: ya no estás en una caja pequeña. Ya no tienes que ser pequeño.
Encuentras un espacio interno donde puedes existir completamente. Un lugar donde no tienes que fingir, donde no tienes que contenerte, donde no tienes que ser invisible.
Lo Que Puedes Hacer
Mañana vas a volver a encontrarte en ese elevador. Literal o metafórico.
Va a ser incómodo. Primera flecha. Inevitable.
Pero la segunda flecha... esa es tuya.
Puedes respirar. Puedes notar: "Aquí estoy, sintiéndome pequeño. Y está bien."
No agregar historia. No atacarte. Solo respirar y encontrar ese espacio interno que nadie te puede quitar.
Como los números del elevador: tres, cuatro, cinco... hasta que llegas, sales, y recuerdas que siempre hubo espacio para respirar.
Una Invitación a Encontrar Tu Espacio
Este episodio no es solo sobre elevadores. Es sobre encontrar ese espacio interior en todos los momentos donde la vida te comprime.
Te invito a que lo escuches. Quince minutos donde, juntos, vamos a reconocer dónde te sientes pequeño y vamos a encontrar ese lugar interno donde siempre hay espacio para ser.
Porque no importa qué tan pequeña sea la caja por fuera, tu espacio interior puede expandirse.
Nos escuchamos del otro lado.